Nascido em Buenos Aires, Argentina, em 1953, professor, crítico literário e de cinema, fundador da Escola Literária do Teatro IFT, membro do Conselho de Redacção da revista “Topia (Psicoanálisis, Sociedad y Cultura)” e director da revista cultural “La Pecera”, Prémio Fondo Nacional de las Artes. Está em Ibn Mucana pela segunda vez.
NATURALEZA MUERTA
(Canasta con frutas, Caravaggio)
Nada hace prever en el color de las frutas
su muerte próxima.
Sueñan al borde de la mesa
donde se agitan suavemente
en las ramas más altas y flexibles.
Instauran la armonía de los cuerpos blandos:
-lo bello suele estar cerca de lo corrupto-
Unidas por un hilo de luz,
esas frutas no son más reales
de lo que pueden serlo en una pintura.
En esta “naturaleza muerta”,
una luminosa cortina amarilla se deja caer
más allá de la espesura de los años.
Al amanecer los simulados árboles
se volverán a mostrar tras las sombras de las hojas.
Y sin embargo, en esta canasta con frutas pintada
en 1596, por el violento y fugitivo Caravaggio,
un claro resplandor se seguirá esparciendo:
el silencio de una escena única que se precipita
sobre el dibujo animado del horizonte.
“Su valor radica en el hecho de estar aquí y no allí”.
Ahora, el sol proyecta su dedo de sombra
sobre el lienzo y rompe la permanencia
con que se disfraza: es una luz íntima
y este instante es perpetuo.
CAMINO A EPIDAURO
El Espíritu es una cosa que dura.
Henri Bergson
Cada pedazo de tierra es una construcción en ruinas
que no se repetirá nunca,
una escritura cifrada detrás de la cual
plantas y animales se encuentran por primera y última vez.
Sólo la abundancia verbal para el saber sin nombre de las piedras,
mientras los Tholos de Asklepios* son el primer reflejo
de la eternidad en la luz, el silencio como aura: color marfil y oro,
fruto abundante entre los dientes de Artemisa.
Impasibles, los insectos se han detenido en el follaje
y sólo los árboles parecen estar vivos:
“Dionisio ha sido domesticado por la mirada de Apolo”.
Ahora, la sombra disminuye y los mismos árboles
conforman un único punto ante el vacío ficticio
de las manchas de sol del otoño.
Brillan negros y blancuzcos,
a la vez son frágiles y ricos en movimientos
que apenas se perciben.
Ningún sonido revela la proximidad de una presencia,
y a su alrededor parece duplicarse el silencio del mediodía.
En ese instante de lamento sonriente, el porvenir es traicionado:
-“Grecia es un fósil saturado de sol”-
Ahora reluce la niebla y tiende un velo palpitante sobre la lejanía.
Hay cambio e intercambio; en Epidauro
nada permanece y nada desaparece por completo.
-“¿Y qué otra cosa necesita este paisaje?”-
Se disipó el día. Se escucha un sonido desde la oscuridad.
Es la hora en que “la vida paga el óbolo de la hoja de olivo”.**
A lo lejos, entre los cipreses y los almendros,
mujeres de negro parecen flotar inmóviles.
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