Nascido em Bogotá, Colômbia, em 1978, Herman Prado, contista e poeta, Prémio Eduardo Carranza em 2010; Casa Silva em 2011, Prémio do Festival Internacional de Poesía de Medellín em 2014 e Prémio Nacional de Poesia Eduardo Cote Lámus. Membro fundador da “Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida” .
EL COJO BARRIOS, GUARDAGUJAS
El comisario de caminos dice que soy el empleado
que ajusta los desvíos del ferrocarril.
La afirmación es vaga.
Es cierto que enlazo las bifurcaciones del día,
las cargas que arrastran la ceniza de los torturados,
sin embargo,
prefiero que las buenas gentes me recuerden
como un anacoreta del olvido.
Lo destruido se ahúma en cada aguja removida.
Encarrilo los compartimentos que temen inclinarse
por el peso de carbones recién extraídos en la desgracia.
Es tarde. El tren dejó de anunciarse hace cinco meses.
Aún espero sus vagones sonámbulos
en la línea que traza la distancia.
LORENZO CERCAS HIJO, POSADERO
Hace algún tiempo,
cuando la penumbra aún invadía los arrecifes,
llegó a mi posada un fabricante de camafeos.
Traía siete arcones cargados de piedras.
Malaquitas de Benín, ámbares de Letonia, obsidianas de Mozambique.
Al soplarlos,
según instrucciones precisas del comerciante,
los relieves de esas piedras
adquirían los rostros de antiguos emperadores.
Una María Estuardo tristísima,
más triste que el artesano,
tenía en la mirada una esquirla de oscuridad
propia de los reyes decapitados.
La barba del cónsul Lucio apenas se asomaba en una flor de mármol.
Sobre la cabeza de Erzsébet Báthory
pendía una tiara hecha con la piel de sus sirvientas.
Los arcones del fabricante de camafeos
quedaron vaciados,
menos uno.
El séptimo, decía,
contenía los ajuares de Ana Bolena,
sus seis dedos que tallaron las rocas de una isla.
LA LLORONA
En las Guerras del llanto
solo persiste la sal en la lágrima.
Toda aldea conserva sus espantos,
su manera de preguntarse
si lo irreal es también posible.
En Catalpa,
por ejemplo,
se oye el torpe rastro de La Llorona,
un ronroneo en los matorrales prohibidos
de lo lejano.
Por su espalda
desciende el cabello
como cascada de árboles,
tálamos de siemprevivas
que agitan los ángulos del río.
Un escapulario ampara
sus huesos húmedos.
Sumida en la vergüenza,
se envuelve con la túnica del arrepentimiento.
La Llorona tiende a chapolear el agua,
a enlodarla con su grito culpable.
Cuando la medianoche se enmusga en el tiempo,
el llanto salta la planicie,
sus altas quejas profanando
el tímpano de los durmientes.