segunda-feira, 1 de outubro de 2018

[0227] Héctor J. Freire, poeta do visível


Poeta argentino, Héctor J. Freire nascido em Buenos Aires em 1953 é também professor, crítico literário e de cinema, fundador da Primeira Escola de Teatro IFP (International Field Program). Foi chefe de redacção da revista de poesia “Barataria”, distinguido com o Prémio do Fondo Cacional de las Artes em 2003.


CLARIDAD SIN SOL

(Contemplando una vieja fotografía)
                                                                 
                 Lo real debería ayudar a vivir los sueños.
                                                                                        Para Tito
La boyita blanca se hundió de golpe y sin avisar,
y un pez plateado iluminó el agua como el follaje
encendido de los árboles en las tardes de otoño.
En ese “instante vacío” los tiempos se entrecruzan
y nuestra relación con el paisaje se invierte:
más que recordar sentimos que el pasado nos recuerda.

-Pero la memoria es aquello que a medida
que nos acercamos nos aleja.-

Ahora el viento persiste con su presencia sin cuerpo
y barre las hojas ante la claridad que muere:

-Paciencia y lentitud-

La luz se ha comprimido en el rincón
más oscuro de la fotografía,
tiene miedo de estar perdida:
el peso de las sombras cierra todas las puertas,
y finalmente desaparece, como el recuerdo
de aquella escena  junto al lago en la que mi padre
me habló de los misterios de la pesca.

A veces, se tiene la impresión de habitar una imagen,
el sentimiento de que el tiempo, al igual que aquel pez
súbitamente está fuera del cuadro.
Y en silencio avanza, y a medida que crece su presencia
disminuye la del que la contempla.

Sin movernos, la memoria nos cambia de lugar,
nos da y quita realidad.


NOCTURNO

En las horas de calma,
el tiempo viene a comer de mi mano,
y la luna en el paisaje de la noche
parece el corazón del sol:
un simulacro en la ventana
que arroja su red de fuego sobre la memoria.
Hace tanto que su luz llena de espejos el patio
donde de niños nos vendábamos los ojos,
y recorríamos en silencio las habitaciones
hasta encontrar el amuleto de jade
que ordenaba nuestros sueños.
Pero a veces, surgía una repentina sombra,
que nos transformaba en helechos de una zona indeleble.
Entonces, con las manos extendidas y con veneración
como si fuéramos a depositar flores allí,
recitábamos viejas e inútiles plegarias.
Luego nos retirábamos con timidez y miedo
como descendiendo hacia lo profundo de la tierra,
y encendíamos todas las luces de la casa,
y cerrábamos las ventanas y las puertas,
creyendo que estábamos a salvo de la intemperie del tiempo
con solo contemplar la imagen descolorida e inmóvil
de la Anunciación de Fray Angélico,
colgada en la serenidad del cuarto de la abuela.
Ahora los sentimientos y los sueños
de los días nuestros llegan al antiguo patio
como húmedos pasos para recordarnos,
que no sabíamos, ni sabemos aún qué decir acerca de la muerte.
“—¿Dónde estábamos?” Preguntó mi hermano
que todavía no había nacido.
“—En ninguna parte” Contestó la abuela
que ya había muerto,
pasando una ramita de albahaca fresca
sobre los ojos secos de los helechos.


PINTURA
   
En su zoología de intimidad, el gato de Hokusai
destaca el impudor que pretende evitar,
la infinitud de aquello que los humanos ignoramos.
Quizás por eso, su ocio nos resulta demasiado trabajoso.
En ese “vacío pictórico” - inservible a efectos descriptivos-
se ajusta el contenido de su imagen:
una humilde silueta recortada que elimina cuanto sobra.
Por un instante ese signo de mesura
nos hace olvidar la violencia del mundo.

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